martes, 18 de junio de 2019

Hijos del norte

Detrás de esos cerros, de esas montañas, debajo de los ríos y las sequias. Entre los campos de tabaco y más allá de la cultura, el norte tiene muchas cosas más, tal vez no son las que vas presumiendo pero tampoco lo ocultas porque esta a la vista, en cada palabra que dicen, con cada actitud, con las miradas. La opresión, el machismo, la homofobia, todo está ahí impidiendo que seas libre.
Muchas de las provincias del norte son muy religiosas, tienen por costumbre juzgar, tirar la primera piedra aunque no estén libres de nada.

De niño siempre fui muy influenciable por las personas que quería, ese lado de la familia que veía (con suerte) cada verano pero que no sabía que me dejaba llenar por actitudes, palabras o costumbres que no están bien. “Los hombres se hacen a los golpes”, “Tenes que agarrarte a las piñas para hacerte respetar”, “¿Sos hombre o qué?”, frases y frases que lo único que buscaban es que siguiera un linaje, una religión, una forma de vivir que no es la correcta (que nunca debió serla). Tener que reivindicarme como hombre.

Recuerdo cuando un primo vino a Buenos Aires, “¿Cómo hacen acá para levantar pibas? Porque allá vas detrás de ellas, le decís un par de cosas por detrás hasta que te de bola” hoy en día ese primo es padre de familia, no sabe hacer nada por su cuenta porque creció en una costumbre de que las mujeres son las que deben de cuidar a los hijos y hacerse cargo del marido. Es el típico machito que le grita al hijo diciendo que no tiene que llorar porque "los machos no lloran".

En el pueblo donde crecieron mis viejos, donde yo nací, había un señor (de unos 50 años, quizás más) que caminaba por el pueblo feliz de su pelo rubio, moviendo la cintura y saludando a todo el mundo,  cuando él se alejaba la gente hablaba mal, los varones se reían, las personas lo señalaban como si algo estuviera mal. Sus costumbres no los dejan ver más allá, no pueden ver el odio que transmiten con sus actitudes, no podían dejar al otro ser.

También puedo recordar a mi abuela queriendo hablar con su hija, a quien tuvo que dejar por querer sobrevivir de un matrimonio que la podía matar, pero era ella la culpable de abandonar a su familia. Las mesas largas donde al final de la mesa se sienta la única persona que puede salir a trabajar, que debe de salir a trabajar, dando órdenes con la mirada, y hasta que el patriarca no se levante de la mesa, nadie lo hace.

El sexo, la sexualidad es un tabú, es algo de lo que no se habla pero se burla, algo que está mal y es una vergüenza. En el pueblo no puedes ser tú, y si lo quieres ser, tienes que ser a escondidas, yéndote a la Capital donde nadie te conoce y cuando te volves al chisme del pueblo fingís ser fuerte, que podes soportar eso, que podes ser el inicio de algo nuevo, pero terminas huyendo a Buenos Aires, lejos de todos pero encontrándote.

Pero te llevas una sorpresa, aca también hay hijos del norte y es igual que el pueblo, pero en ciudad.

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